Aclaración importante.

 

 

   

 

Observen detenidamente estas dos imágenes, porque les separan cinco siglos pero representan el inicio y el fin de una de las cuestiones no resueltas hasta hoy en la Historia del Arte. Cuando el gran Miguel Ángel pintó la bóveda de la Capilla Sixtina, además de pegarse varios años fardando y joderle el presupuesto al Papa Julio II (que no me han traído la pintura, que se me ha retrasao el ayudante, que me ha dejao tirao la furgoneta...) logró sembrar la duda en la sociedad de su época: nadie se explicaba por qué había elegido un tema profundamente espiritual y alegórico, cuando este tío se pasaba la vida leyendo el Marca e invitando a cubatas a sus amigotes. Es cierto que Miguel Ángel fue el que introdujo el gotelé en El Vaticano, pero entre eso y encargarle pintar ese pedazo de bóveda, media un abisinio. Es igual, el mal ya está hecho. Durante quinientos años han ido apareciendo todo tipo de teorías, pero ahora sabemos que Miguel Ángel tuvo una premonición: algún día, llegará a la Tierra El Elegido (en este caso se trata de Melgibson, ese gran informático de Arnedo) y recibirá todo el poder y la ciencia de manos de El Ser Superior (indudablemente, sólo podía ser Apoderao). Mirando las dos fotos a la vez, comprobamos que representan exactamente lo mismo, son iguales como dos gotas de agua que sean muy parecidas. Si nos fijamos un poco más, vemos que Apoderao no aparece con túnica, sino con pantalón. Ello es debido a que había sufrido un accidente de trabajo al graparse la cola (maldición de Petrus) y prefería llevar más protegidos sus centros neuronales. Aunque todos los expertos consultados están de acuerdo en que el misterio queda definitivamente resuelto en lo esencial, algunos no se explican cómo El Elegido es un informático, cuando esos tipos normalmente siembran el caos y la destrucción por donde pasan. Posiblemente, para hallar la respuesta, harán falta otros quinientos años por lo menos. Tampoco hay prisa.